Hace casi cuatro décadas, en el año 1985, nacía en mi vida una fuente inagotable de amor, alegría y orgullo: mi hija Arianny, cariñosamente conocida como Nany. Con sus risas resonando en la casa, descubrí la maravilla de ser padre. Cada paso suyo era un hito en mi corazón, llenándolo de una dicha indescriptible, imaginen mi primera hija. Y su solo sonrisa (aún me ocurre), me domina por completo metiéndome en sus bolsillos. Muy dedicada y preocupada, al punto de ser la mamá de los hermanos menores, en nuestros viajes en solitario.
A medida que el tiempo avanzaba, y poco más de un año después, la familia creció con la llegada de Edwin, en el año 1987 a quien cariñosamente llamamos Muchy. Su energía inagotable y su ingenio, su gracia y ternura fueron una adición perfecta a nuestras vidas. Juntos, fuimos a playas y navegamos por los desafíos y celebramos los triunfos, construyendo recuerdos que atesoro, en especial, los paseos a los parques de Disney, Universal y Sea World (al que le decían el Parque Disney de mi papá, por mi apego a la vida marina y a los tiburones). Su dialecto y palabras, siempre fueron de adulto, incluso cuando tenía muy poca edad. Muy correcto y perfeccionista, y siempre muy fuerte, por lo que a veces, le decíamos Bam Bam recordando al personaje de la serie animada "Los Picapiedra" ("The Flintstones").
La travesía continuó con la llegada de Carlos Eduardo, en el año 1988, conocido como Chicho, hasta el día de hoy llamado así. Un alma sensible y creativa. Su perspectiva única enriqueció nuestras conversaciones familiares y su presencia iluminó aún más nuestro hogar. Recuerdo en uno de mis viajes con grupos de buceo, estábamos conversando parte del grupo, luego de cenar, y nos dimos cuenta, que las chicas no estaban en la reunión, al igual que el pequeñín de Chicho, tendría 4 a 5 años como mucho. Cuando fuimos a buscarlos, las chicas estaban enamoradas viendo el cielo, al salir a ver que era, se encontraba el pequeño Chicho contándoles la historia de las constelaciones y la mitología griega, que días antes, le había contado yo. Una memoria envidiable desde muy pequeñito y una anécdota inolvidable.
Con el tiempo, nos embarcamos en una nueva fase cuando Alejandro, apodado Totty, se unió a la familia en el
1995. Su entusiasmo por explorar el mundo y su carácter afable nos recordaron la belleza de la inocencia y la curiosidad. Su pericia por reparar, construir, armar y aprender, no paraban, así como su gracia y ganas de hacer reír a la gente todo el tiempo. Por ello se gana el cariño de mucha gente. Recuerdo que siempre iba conmigo a las clases de buceo y siempre estaba oyendo las clases, junto a su hermano Chicho. Totty fue tanto su insistencia que me pidió llevarlo a mis clases, pero bajo el agua, que el iba a tomar las fotos, porque yo como profesor, no podía hacerlo. Me causo gracia, ya que tenía unos 6 años. Recuerdo que siempre estaba con su traje y su máscara pegado como una "remora" a mi boya de seguridad (pez conocido por su capacidad de adherirse a otros organismos marinos más grandes), y cuando me veía, ya cerca de los 3 mtrs, tiraba de la cuerda para que pudiera bajar en apnea (o a pulmón) y colocarse mi regulador opcional, guindado en mi espalda/ tanque, para tomar fotos.
A lo largo de los años, estos cuatro nombres, Nany, Muchy, Chicho y Totty, no solo se convirtieron en parte de mi vocabulario diario, sino que también se arraigaron en lo más profundo de mi corazón. Son mucho más que simples etiquetas; son testigos de mi viaje como padre, de las risas compartidas, lágrimas secadas y abrazos que sostuvieron mi mundo.
Cada uno tiene su propia historia, su propia luz. Nany, la pionera, abrió el camino con su determinación y coraje. Muchy, el aventurero, el historiador (por ser su carrera universitaria favorita), nos llevó a explorar nuevos horizontes. Chicho, el soñador e intelectual, nos recordó la magia que se esconde en lo cotidiano y lo interesante de la vida. Totty, el curioso, nos enseñó a ver siempre el lado brillante, que todo tiene una razón de ser y un lado humorista.
Juntos, como una sinfonía de amor y vínculo inquebrantable, hemos enfrentado tormentas y celebrado días
soleados. Nuestro viaje familiar ha sido una epopeya de crecimiento, comprensión y apoyo mutuo.
Mirando hacia atrás, veo no solo cuatro nombres, sino cuatro capítulos entrelazados de una historia única. Nany, Muchy, Chicho y Totty son mi razón de ser, la esencia misma de mi existencia. En su risa encuentro mi felicidad, en sus logros mi satisfacción y en su amor, mi propósito.
La vida nos ha llevado a través de un hermoso viaje, y mientras avanzamos, estoy agradecido por cada página de esta historia que hemos escrito juntos. El orgullo que siento por Nany, Muchy, Chicho y Totty es un fuego constante en mi corazón, iluminando el camino hacia un futuro lleno de amor y aventuras compartidas.
Quiero expresar mi sincero agradecimiento a mis hijos por todo lo que hemos vivido juntos hasta ahora y por lo que aún nos queda por experimentar y lograr. Cada momento compartido, ya sea lleno de alegría o desafíos, ha sido invaluable. Aprecio profundamente la conexión y los lazos familiares que hemos construido a lo largo del tiempo.
Cada paso que hemos dado, cada obstáculo superado y cada logro celebrado ha contribuido a la riqueza de nuestra historia familiar. Agradezco la alegría que han traído a mi vida y la forma en que mutuamente, nos hemos apoyado durante los momentos difíciles.
Pero más allá de nuestro pasado, también quiero expresar mi gratitud por la emoción y las oportunidades que el futuro nos depara. La vida es un viaje continuo, y estoy emocionado por los nuevos capítulos que aún nos esperan. Agradezco la posibilidad de seguir construyendo recuerdos, enfrentando desafíos juntos y fortaleciendo nuestros lazos familiares.
En resumen, gracias, mis queridos hijos, por todo lo que hemos compartido y por lo que nos espera en el camino por recorrer. Cada experiencia, tanto la pasada como la futura, es un regalo que valoro profundamente.