28 de Junio de 2006 : 22:51. Por: subvitur
Retomando la recopilación de artículos olvidados en mi disco duro, esta vez quiero compartirles el sueño de un joven llamado Cousteau:
El sueño comenzó el 19 de julio de 1950 cuando un joven entusiasta de apellido Cousteau adquirió, en complicidad con un grupo de amigos, un viejo dragaminas abandonado que ostentaba el mítico nombre de Calypso.
Donde navega el olvido
El sueño comenzó el 19 de julio de 1950 cuando un joven entusiasta de
apellido Cousteau adquirió, en complicidad con un grupo de amigos, un
viejo dragaminas abandonado que ostentaba el mítico nombre de Calypso.
Los años que siguieron fueron tan duros como provechosos; el Calypso
crecía, cambiaba y se readaptaba proporcionalmente al entusiasmo de su
tripulación. Veinte años después de su compra el viejo dragaminas se había
convertido en el barco oceanográfico más importante del mundo y estaba dotado,
entre otras cosas, de dos platillos buceadores de gran profundidad, un globo
aerostático y la mayor tecnología conocida hasta el momento para el estudio
de los océanos.
El mar jamás tuvo un defensor tan aguerrido. Su figura imponente se
presentaba sorpresivamente en los puertos donde se desarrollaban las cumbres
mundiales del medio ambiente recibidos por la algarabía de la
población, escoltado por cientos de embarcaciones menores, saludado por las
salvas de la marina local. Su sola presencia hacía bajar la cabeza a
los que cazaban ballenas y a los que contaminaban el mar. El Calypso
estaba presente y en su cubierta, tras el ojo de una cámara, se alineaba la
población mundial.
Desde el Ártico hasta el Antártico, desde el Mediterráneo al Índico, el
Calypso recorrió todos los mares para desnudarlos ante las pantallas de los
televisores de todo el mundo. El Calypso fue quien nos mostró el mar, quien nos
enseñó a quererlo, a cuidarlo, a protegerlo. Fue el Calypso quien marcó la
ruta, quien le enseñó a la gente, al pueblo, al hombre común, lo que vivía bajo
la superficie de las olas. Nos enseñó, además, a soñar con la aventura. El
Calypso fue la casa de todos ¿quién no se soñó alguna vez oteando el horizonte
desde su proa? ¿qué niño no jugó a bucear teniendo de compañero al inefable
Falco? El Calypso fue la cuna de casi todos los que hoy respiramos
bajo el agua y fue el inspirador de muchos de los biólogos marinos de todo el
mundo.
En su cubierta se batieron los más importantes récord de inmersión, se
probaron equipos que hoy se utilizan en todo el mundo, se grabaron más de 70
documentales para la televisión, se escribieron cientos de tratados
científicos. Pero, lo más importante, se enseñó, se educó y se informó acerca
del mar, más de lo que ningún otro medio logró hacerlo jamás. Tal vez por eso
el mundo contuvo su aliento cuando en 1996, tras un choque con otro barco, el
Calypso se hunde en el Puerto de Singapur. Cruel juego del destino, el Calypso
hundido en las aguas más contaminadas del planeta.
Dos semanas después es reflotado y, herido es llevado al puerto de
Marsella en Francia. En 1998 tras la muerte de Cousteau es trasladado al
puerto de La Rochelle donde aún permanece, abandonado, sucio, pudriéndose al
sol. Olvidado por un mundo más adicto a los espejos que a los binoculares, el
Calypso muere un poco cada día sin que nadie lo recuerde. No es patrimonio de
la humanidad, ni pieza central de un museo. Ni siquiera tiene el honor de ser
un naufragio en el mar de coral. Es sólo un despojo abandonado en un puerto, un
cadáver secándose al sol, invadido por las ratas y la suciedad.
El Calypso siempre fue un símbolo y tal vez lo siga siendo, tal vez sea un
símbolo de aquello en que nos hemos convertido. Hace pocos días la Comisión
Ballenera Internacional se reunió en un puerto del Caribe. Los japoneses, por
medios corruptos, han obtenido la mayoría de los votos, el mundo está al
borde de reabrir la caza de ballenas.
Ningún barco apareció sorpresivamente en el puerto, escoltado por la
gente que ama el mar. El Calypso no llegó, el Calypso ya no navega. Las
ballenas están a merced de los asesinos, el mar ya no tiene quién lo defienda.
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